Las decisiones inconscientes y las marcas


Hace poco vi circular entre mis amigos en Facebook un anuncio publicitario y tras ver sus comentarios, tales como: “Very cooooolll. I love it!”, “that was cute!”… me hizo pensar sobre los argumentarios emocionales que actualmente usan las marcas para diferenciarse de sus competidores y ganar más “simpatizantes”.

De acuerdo a recientes investigaciones, las personas compramos por motivos muy diversos relacionados con fenómenos ligados por debajo de nuestra consciencia, ligados a nuestro pasado evolutivo, a nuestra biología más institiva.

Determinados estímulos sensoriales activan zonas profundas del cerebro como el sistema de recompensa que nos pone en acción y nos impulsa a la búsqueda de alimento, seguridad y sexo, que corresponden a los tres pilares básicos de la supervivencia animal.

La sofistifación de los estímulos publicitarios puede ser mayor. ¿Quién no se ha sentido identificado con una marca en concreto ¿Prefieres pepsi o coca-cola? … En la actualidad ya no queremos comprar objetos, sino maneras de ser, estilos de vida… De acuerdo a recientes investigaciones del Profesor John-Dylan Haynes del The Bernstein Center Berlin, las técnicas de neuroimagen han mostrado que podemos llegar a elegir determinados productos, aunque a nivel sensorial no nos satisfagan del todo, simplemente porque tenemos asociados a ellos recuerdos personales positivos o esperanzas con respecto a un futuro mejor.

Muchas marcas activan una zona cerebral tras la frente relacionada con el sentido de la identidad personal, es decir, que somos capaces de comprar y o simpatizar con sus productos no porque los queramos, sino porque de manera inconsciente creemos que forman parte de nosotros mismos, los identificamos con nosotros. 

A la hora de consumir somos mucho menos libres de lo que nos creemos…. Si desean saber más sobre este tema les recomiendo vean el vídeo “Decisiones inconscientes” publicado en el programa de Eduard Punset, “Redes”.



Está claro que en la publicidad los sentimientos no se ven, ni siquiera forman parte de los valores perceptibles que componen el fundamento sustancial de una marca. Aparecen coyunturalmente y suelen variar en su fondo y su forma, adaptándose a los perfiles de un público deseoso de percibir y/o vivir experiencias y emociones. Ya no se trata de ‘vender’ lo evidente. Ahora se trata de impregnar de sentimientos al mercado.

Hemos dejado de ir a comprar cajas de cereales. Hemos dejado de llenar nuestros carros de la compra con alimentos naturales y económicos. Ahora el supermercado, o el concesionario, o la tienda de ropa, están repletos de ‘ofertas intangibles’ preparadas para calmar nuestro hambre de emociones y de alimentar nuestro inconsciente.

La imaginación desbordante de un niño que juega a ser el personaje de sus fantasías, no es sino una excusa para intangibilizar el valor de una marca pragmática. Porque vender coches (o pizzas, o refrescos, o viajes…) es ahora una labor que debe ir más allá de lo obvio, trasladando al espectador hacia un plano de reconocimiento emocional.

La velocidad, la dirección asistida, el GPS, entre otros, han pasado a convertirse en atrezzo de un decorado en el que se cuentan historias. Historias que cuentan historias; personajes que emulan personajes; productos que se convierten en el espejo en el que nos queremos mirar.

La comunicación de marca ha superado la fase de vender razones, instalándose en un estadío mucho más apasionante, en el que para poder vender lo que sea, debes generar emociones.


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